Con las situaciones que puedas cambiar, actúa; en las que no, acepta: entregarte también es un cambio y muy poderoso. La vida no es lucha.
¡Hola, caminantes! Regresa el frío y el viento al sendero.
Ya sé que cuando el camino se vuelve «cuesta arriba» requiere una entrega especial.
¿Me permites un consejo? Cuando te toque transitar por estos tramos, no tan buenos, dáte un respiro. En la vida, con las adversidades, conviene detenerse y mimarse. Consiéntete esos detalles que te hacen sentirte bien; cuídate con dulzura y comprensión. Y cuando se te pase la pájara, vuelve con energía al sendero. Las pendientes, si estás fuerte, no son un fastidio; son una prueba para que demuestres lo que has aprendido; para que pongas en práctica tu pericia de caminante.
– Sí, cuando un caminante flojea, -dijo la mujer chamán– no ha de empeñarse en seguir a toda costa. Se equivocará de destino.
– ¡Pero la vida es lucha! -exclamó enfadada la joven que había acudido ante la cueva de la chamán-
– ¡No! Quien cree eso, desconoce lo que es la vida -expresó con dulzura la mujer chamán- Si peleas contra el mundo, siempre perderás. Porque la vida no es lucha, sino juego. Pelea menos y juega más.
Mientras hablaba, la chamán se había acercado al gran ciprés. Algunas de sus ramillas estaban despeinadas y abrían huecos en su copa milenaria. Los mosquiteros aprovechaban esas aberturas para revolotear de fuera adentro, en su trajín por buscar alimento.
– En la vida -siguió la chamán- hay dos tipos de situaciones: las que se pueden cambiar y las que no. En las que se puedan cambiar, actúa, y en las que no, acepta.
– ¿Aceptar es resignarse? -qusio saber la joven que ya preguntaba sin enfado, sólo con curiosidad-
– La resignación conlleva sacrifico y dolor -explicó la chamán ahora con los ojos cerrados-; la aceptación, no: es liberadora y transformadora. Aceptar, aunque no lo creas, implica actuar. Es una acción interna. Supone cambiarte a ti misma.
– ¿Cuál es el cambio? -interrogó de nuevo la joven-
– Dejas de rechazar lo que no puedes cambiar y lo aceptas. Cuando te entregas, tu mente se relaja, se abre, y te permite unos ojos nuevos con los que podrás ver una realidad distinta. Ésa es la poderosa fuerza de la aceptación.
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