CUANDO ATRAVESAMOS EL MIEDO
— Atrévete a atravesar tu miedo. Toma este candil. Su llama no la apagan las rachas de viento.
La abuela Margarita solía pronunciar frases extrañas pero en sus palabras se encontraba siempre una energía que reconfortaba el alma. Así le acababa de ocurrir a aquella mujer.
Decidieron sentarse en el banco de madera. Al principio, ambas miraban al frente, hacia el roble milenario, repleto de hojas recién brotadas, de un verde rabioso.
Pero, de pronto, la mujer más joven sintió la necesidad de moverse: giró las piernas hacia el interior del banco, su espalda quedó al aire y en el respaldo, donde la apoyaba hace un momento, dejaba ahora descansar sus brazos. Prefería esa intimidad para charlar con la anciana.
— ¿Cuáles son tus miedos? -le preguntó la abuela Margarita.
— Tengo miedo a que descubran mi vulnerabilidad. Me siento muy poca cosa. He perdido la confianza y la seguridad y temo que se den cuenta de mi pequeñez. Además, creo que no hago bien las cosas y que casi todo el mundo es más capaz que yo.
Mientras la joven mujer iba poniendo nombre a sus miedos, la abuela Margarita solo escuchaba. Es lo que habían acordado. También habían decidido estar pendientes de sus respiraciones.
Cada una usaría su respiración como un ancla, de la que no separarse tanto al hablar como al escuchar. Cada respiración les recordaría que debían estar en un cincuenta por ciento con ellas mismas y en el otro cincuenta por ciento, con la otra mujer.
La abuela Margarita conocía mil y una herramientas para ir en busca del dragón del miedo. Y esta manera de estar presentes a través de la respiración era una de ellas.
— ¿En qué te están perjudicando tus miedos? -preguntó en esta ocasión la anciana sabia.
La mujer joven escuchó su propia respiración para buscar con calma en su interior. Y cuando encontró la respuesta empezó a darle forma:
— Los límites que me impone el miedo me quitan libertad. Cada vez que temo, soy menos libre para todo y, especialmente, para ser yo misma. Y también sé que olvidarme de mí es dejarme de amar y, precisamente, el amor es lo único que me puede salvar del miedo.
— ¿En qué te estaría beneficiando el miedo? -siguió preguntando la abuela Margarita.
— A veces puede parecer que el miedo nos protege -respondió la joven mujer-. Es como si podría refugiarme detrás de él. Siento que cuando me escondo tras él, pongo a salvo mi vulnerabilidad, como si al encerrarme, nada malo podría entrar a destruirme.
El «ancla» de la respiración le permitió a la joven mujer ser más consciente de su cuerpo y también reparó con más detalle en la presencia de la abuela Margarita que no había dejado de escucharla en ningún momento. Cuando miró a los ojos a la anciana, fue como si le leyera el pensamiento:
— Ya sé que es una falsa ilusión -dijo la mujer joven-, porque no se puede estar abierta para unas cosas y cerrada para otras. O se vive con el corazón abierto o se vive con el corazón cerrado. Y con el corazón cerrado, puede que no nos entre lo malo, pero lo verdaderamente cierto es que nos perderemos la vida.
En ese momento la abuela Margarita se puso en pie y comenzó a tocar su tambor hacia los cuatro puntos cardinales. Aquel sonido aumentaba la confianza y disipaba al dragón del miedo.
Entonces, la joven mujer tuvo la necesidad de escribir y lo interpretó como una buena señal porque volvía a sentirse. Quizá estaba ya atravesando sus miedos y había llegado el momento de empezar a dejarlos atrás.
Estos fueron sus versos:
MI MIEDO
A veces el tiempo es interminable
y no entra por la ventana.El sol está lejos y la vida, con subterfugios.
Quisiera volver a respirar si este peso no me paralizara y cuando sus voces chirrían, solo pienso en taparme la nariz y sumergirme bajo el agua.
Me voy, con los peces que meditan, al silencio de sus escamas doradas, porque allí la luz enmudecida puede acariciarme la piel.
Entonces, vuelvo a ser corazón.
Nota: Este cuento está inspirado en un Taller de mindfulness sobre el miedo en el que he participado en el Centro de formación en mindfulness ERES.
Una de las prácticas nos agrupó por parejas a los participantes. Cuando el terapeuta hizo sonar la campana, dispusimos de cinco minutos para hablar de nuestros miedos.
Una de las personas de la pareja hablaba y la otra escuchaba. Y, luego, al volver a sonar la campana, el proceso se repetía al revés, para que hablara quien había escuchado y escuchara quien había hablado.
Lo más valioso de la práctica fue reconocer que esos miedos están en nosotras y que son como son. Observarlos, nombrarlos, SENTIRLOS, darnos cuenta de ellos y comprenderlos …nos allana el camino para aceptarlos, porque cuando esto ocurre y no los rechazamos, los miedos empiezan a perder tamaño y se hacen cada vez más pequeñitos porque no los alimentamos.
Te animo a que te inspires en el cuento y realices la práctica lanzándote las tres preguntas de la historia: ¿cuáles son mis miedos?, ¿en qué me están perjudicando? y ¿en qué me benefician?
Ana Monica dice
Excelente cuento, en el que se incluye al cuerpo desde la respiración consciente con Mindfulness, me parecen poderosas las preguntas que muestran destellos para no quedar atrapados en el Miedo, gracias por compartir y seguir entregando regalos con sentido a través de lo que escribes, lo encuentro muy inspirador, Gracias, Gracias, Gracias
Palabras a la Vida dice
¡¡ Oh, Ana Mónica !! Muchísimas gracias a ti por tu comentario.
Me da mucha alegría que te haya gustado el cuento y que te resulte inspirador lo que encuentras en este blog 🙂
Es un regalo para mí que lo sientas así.
Tienes razón, a veces una pregunta adecuada está llena de poder y nos da muchas pistas para llevar claridad a nuestro interior. También me gusta mucho cuando dices que en el cuento se incluye al cuerpo con la respiración consciente, mediante el mindfulness. Es así y es una de las claves para poder estar ahí, junto a nuestros miedos.
Muchas gracias por compartir tus reflexiones. ¡¡ Un fuerte abrazo !!
Isabel Garcia Garcia dice
Es un post de lo más acertado. Me educaron haciéndome saber que todo era peligroso. Y claro, ahí estoy yo saltando y superando barreras. Mi vida es como una carrera de obstáculos a los cuales tengo que hacer frente cada día. Estoy muy satisfecha de mis logros, a veces después de superar algo, lo veo tan sencillo, que me río mucho de mis miedos. Yo también practiqué el ejercicio de hablar con otra persona de nuestros miedos. Tuve como pareja a Juan, y el diálogo fué muy fluído. Más tarde le pregunté si había sido muy difícil hablar conmigo, y me respondió que no, que le había facilitado mucho el camino, y que se había sentido muy a gusto, porque a él le da miedo hablar en público y se bloquea. Querida Garbi, muchas gracias de corazón. Un abrazo fuerte.
Palabras a la Vida dice
¡¡ Isabel !!
Es genial que vayas superando miedos y lo que me parece sensacional es que te acabes riendo de ellos.
Es la mejor prueba de que los dejas atrás 🙂
El sentido del humor deja sin argumentos al miedo más pintado — je,je.je —
Muchas gracias por hacerme reír.
¡Qué bien que ya conocieras el ejercicio! Me alegra mucho que tu escucha le ayudara al chico con el que lo practicaste. A mí también me pareció un ejercicio muy potente.
Muchas gracias por tus palabras tan bonitas. ¡¡ Un abrazo intenso !!