Cada noche cerca del fuego la anciana mujer contaba historias.
Aquella ocasión volvió a repetir la de una niña que viendo cómo sufría su madre quiso asumir su dolor para que le pesara menos y al final se hundieron las dos.
De camino a casa recordaba la frase en la que incidía la viejecita a modo de enseñanza:
-«No se pueden contradecir las leyes de la vida. Cada cual debe experimentar su sufrimiento y abrazar la lección que le trae. Nadie puede ni debe hacerlo por tí»
Las estrellas aquella noche tenían una belleza especial. Brillaban con más pureza. Las contempló un buen rato y quiso meditar. Cerró los ojos y se dejó caer hacia su interior. En aquel espacio de autenticidad se sentía una flor abriéndose.
Se dejó mojar por el rocío del alma y a aquel nenúfar blanco le brotaron cristales de ensueño. Con esos collares de perlas ella continuó sumergiéndose más y más adentro.
En sus pétalos vibraba la belleza, la pureza, la inocencia….Se bañaba en la felicidad y fue flor. Se llevó la mano al pecho y con ella quiso anclar aquella plenitud para que le sirviera de abrigo los días de crudo invierno.
Cuando de nuevo abrió los ojos a las estrellas escuchó:
– «¿Ves cómo puedes salir de tu cabeza? ¿Ves cómo tu esencia está en otro lugar?»
– «Conéctate con ella -continuó- Es la única manera de encontrarnos con lo bonito y con lo real de nosotros».
(Me sigue inspirando la revista de suscripción gratuita la senda de la felicidad. Muchas gracias)