Sombras y luces
De viaje, en el autobús, escuché una conversación que me llamó la atención. Le llamaron por teléfono a una mujer que estaba alguna fila detrás de mí y no le veía el rostro.
Por el desarrollo de la charla telefónica, supe que tenía 77 años y que venía del hospital donde estaba ingresado su marido. Él tiene 80, está muy enfermo y no tiene ganas de salir adelante.
Al otro lado le preguntaban detalles de cómo se encontraba su marido. Pero ella enseguida dijo «ya sabes cómo es todo esto: duro y triste» y empezó a preguntar a su interlocutor por lo que habían hecho en Semana Santa, por cómo se encontraban determinadas personas que habían visto con motivo de estos días de fiesta, por planes para los próximos días…
Preguntaba y quería saber de la VIDA consciente de que en la vida hay sombras pero siempre, al mismo tiempo, hay luces. Esta mujer sabia y anciana buscaba la cara luminosa con sus preguntas, quería que su interlocutor le trajera esa parte brillante de la vida, que se la «prestara» contándole sus historias ahora que a ella le estaba tocando un tramo «cuesta arriba».
Eso es sabiduría. Cuando el camino se pone pedregoso es muy importante no entrar en «modo bucle». Si una se queda en sus sombras, el pozo oscuro es cada vez más oscuro y profundo y la luz de la vida va quedando cada vez más lejos.
Cuando estábamos llegando a nuestro destino, la señora volvió a hablar por teléfono. Esta vez le decía a alguien que no iba a ir directamente a casa, que iba a pasear. A ese alguien le debió de gustar la idea y quedaron para encontrarse en un lugar.
Tuve curiosidad por el aspecto de aquella sabia mujer. Por la ventanilla del autobús vi a una señora entrada en años que se movía con pequeños pasos y que llevaba una camiseta con un enorme corazón brillante en la parte delantera.
Ella tenía claro que en la vida siempre hay AMOR, también en los días de tristeza. Y que cuando las cosas se ponen difíciles hay que salir a buscar la vida y el amor.
Su conversación fue para mí una lección. Me permitió refrescar algo que a veces olvido.
Una vez leyendo a Raimon Samsó sobre la autoestima daba una receta en esta misma dirección. Decía que para escapar de esa «trampa» que nace de compararnos con los demás, bastaba con salir al mundo. Sal al mundo — decía el autor — y haz algo por él, con él o para él.
Son recetas, como te decía antes, para salir de ese «modo bucle», obsesivo, cerrado en que nos sumergen las emociones y pensamientos negativos. Es la manera de desquitarte de sus redes, de no ser su cautiva y de ser objetiva porque en la vida, sí, hay sombras, pero paralelamente, como te decía antes, hay luz. Conviven las sombras y las luces.
Como en estos días de primavera. Hay rincones de la ciudad aún sombríos y frescos y otros, totalmente soleados y con una temperatura agradable. Tú eliges dónde acomodarte.
Para elegir la luz es necesario distanciarse. A veces la vida se pone tan cuesta arriba que hay que tomar distancias estelares. Sí, lo sé. Pero si hay que tomarlas se toman.
La felicidad es una elección. Hay que renovarla cada día y requiere un adiestramiento. Lo mismo que si dejas de hacer ejercicio físico o de cuidar tu alimentación enseguida lo notas; si dejas de hacer gimnasia emocional, también.
Nadie dijo nunca que esto fuera fácil, pero sí gratificante. Reconforta sentir la libertad personal de elegir cómo tomarte lo que viene, de probar qué actitud o qué decisión te permite sentirte mejor, de aprovechar la vida para conocerte y así sacarle mayor jugo a la existencia. Esto es un campo de ensayo prueba/error y hay que lanzarse a la arena: unas veces se acierta, otras se mete la pata hasta adentro, siempre se evoluciona. Somos caminantes y de esto se trata.
Os pido disculpas a las personas que estos días habéis intentado suscribiros a Palabras a la Vida sin éxito. Estamos de cambios y hay cosas que no nos han funcionado.
Os agradezco enormemente a quienes me habéis escrito contándomelo. Si seguís encontrándoos problemas, poneros en contacto conmigo y lo solucionaremos.
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