COMO SI FUERA LA ÚLTIMA VEZ
y una pequeña llamada a la libertad
«Eres libre. No tienes que dar explicaciones a nadie. Haz lo que te apetece». La frase me la dijo mi pareja y me ayudó a salir de lo que me bloqueaba. Estamos sujetos a tantas servidumbres que, a veces, olvidamos que tenemos la libertad en la palma de la mano. Su ejercicio nos fortalece porque para ser libre hay que ser valiente, y la valentía revitaliza y, además, da alegría.
También tiene mucho de trabajo espiritual porque es un viaje en soledad, tú sola te haces las preguntas y profundizas en tu diálogo interior, tú sola decides. Ser libre implica atenderse y quererse y dejar atrás la dependencia emocional. Con la libertad crecemos como personas.
He comenzado reivindicando la práctica de la libertad, pero también quiero hablar de otra cosa: de la importancia de las últimas veces. Casi siempre, sin embargo, recordamos las primeras veces: el primer beso, la primera amistad, el primer amor, el primer trabajo, la primera casa…Pero hoy, como digo, quiero resaltar lo importantes que se están volviendo para mí las últimas veces.
Creo que se vuelven tan valiosas porque son misteriosas. La mayoría de las ocasiones no sabemos que nos encontramos ante una última vez. No solo porque estamos de paso y somos peregrinos en este mundo sino, también, porque la vida da muchas pequeñas vueltas. Por ejemplo, hoy puede ser la última vez que sonríes a un conductor de tu línea de autobús porque mañana, aunque no lo sepas, cambia de compañía.
Hablo de las últimas veces no para ponerme dramática sino para aprender a vivir las cosas importantes como si fueran la última vez. Para darles la intensidad que merecen, la presencia que requieren, la dedicación que precisan. Para entregarme a ellas con todos los sentidos, con toda mi piel y toda mi alma. Para estar presente, absolutamente presente, cuando ocurren. Por eso, cuando abrazo a mis amigos, cuando sonrío a mi madre, cuando escucho a mi pareja, cuando estoy cerca de mis hermanos, cuando acaricio a nuestra gata Mitxi…quiero que sea como la última vez, con el corazón abierto, de par en par, para entregar todo lo que pueda.
No fui consciente de la última vez que afeité a mi padre. Pero ahora sé que fue la última. Y estoy contenta de aquella última vez. A mi padre no le gustaban demasiado las caricias y el afeitado era para mí la excusa perfecta para acariciar su bonita piel y su rostro hermoso. Le afeité como si fuera la última vez, sin saber que lo sería, y la magia de aquel momento me ha dejado una ternura inmensa que guardo en el corazón. Por eso, ahora hago apología de esta filosofía de la última vez.
Las personas entran y salen de nuestra vida y lo que queda es cómo nos hacen sentir. Eso puede durar para siempre. Con poca cosa: una mirada, una sonrisa, un detalle… todos podemos dejar una pequeña huella agradable en el alma de los demás. Es otra de las consecuencias de la filosofía de la última vez.
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