La naturaleza nos muestra que todo cambia, que todo vuelve a su origen y que en ese proceso de vida y muerte hay armonía y belleza
¿Cómo va el otoño? A mi, un catarro en toda regla me impidió acompañar a Javi en su última salida al monte. Le pedí que me trajera alguna fotografía para no perder la pista a los rítmos naturales.
Me ha llamado la atención una serie que hizo sobre tocones. Es la parte del tronco que queda unida a la raíz una vez que el árbol se ha cortado o muere. ¡Esos árboles muertos están, a su vez, tan llenos de vida! Sobre cada muñón proliferan musgos, líquenes, hongos, pequeñas plantas.
Sorprende cómo en la naturaleza la vida y la muerte están tan juntas. Solemos olvidarlo.
Forman parte del mismo proceso
– Son compañeras -dijo la abuela Margarita a las gentes de la aldea-
– Yo siempre he pensado en la vida y en la muerte como opuestos -explicó un hombre que llevaba anudado un pañuelo en la frente-
– Muerte y vida se alimentan mutuamente, nunca están separadas. Si realmente deseas vivir -continuó la abuela Margarita- has de estar dispuesto a morir.
– La vida es un proceso -añadió una anciana de aspecto delicado y hermoso-. Y la muerte forma parte de él. Es una ayuda para que la vida resucite una y otra vez.
– Todo cambia -asintió la abuela Margarita-, pero aún así, en alguna parte algo perdura. Como un hilo invisible. La vida y la muerte son las alas de ese hilo.
Una sonrisa hermosa
Permitidme que me aleje, por un momento, del círculo de contar historias de la abuela Margarita. Hay en mi vida un hombre bueno con la salud muy delicada. Hace tiempo que está enfermo y creo que es el mejor enfermo del mundo. Jamás se queja. Cuando buscas su mirada y se da cuenta, sonríe. Su sonrisa es preciosa. No es que sea un hombre sonriente pero si percibe que tus ojos lo andan buscando, sonríe. Como un niño. Con esas sonrisas abiertas, diáfanas, dispuestas a fundirse porque no temen al amor.
Esta mañana me he encontrado con una mujer con la que me gusta charlar. Tiene una gran intuición. No se le ha olvidado conectar «con ese otro lado», una conexión que la mayoría de la gente ha perdido.
A Raquel, que así se llama, le he contado que pido a la vida que me permita seguir disfrutando, un tiempo más, de la sonrisa de ese hombre bueno.
– A veces -me ha respondido Raquel- somos egoístas sin pretenderlo. Queremos que alguien se quede a nuestro lado y no pensamos en lo que esa persona está sufriendo. Se lo ponemos todavía más difícil. Lo sé -ha continuado- porque me pasó a mí con mi padre.
Hay personas que te alumbran y entonces he sentido que será lo que tenga que ser: lo que acuerde con la vida esa «sonrisa hermosa».
Sea lo que fuere, en mi corazón siempre la llevaré a buen recaudo. Es un regalo que vivirá en mí mientras yo viva.
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