Sabía que los niños, a veces, lloran de cansancio. El agotamiento pesa y la alquimia del llanto disuelve y aligera. Aquella mañana buscaba un rincón para sus lágrimas. El mar se batía vigoroso contra la pared de rocas. Las rachas de viento le traían al rostro apretado gotas también saladas como el llanto que invocaba.
Buscaba un refugio oscuro y recogido. Un rincón intrauterino en el que sentirse diosa blanca de un dominio a salvo de todo. Pudo mirar hacia arriba y en lo alto, como un mascarón de proa, estaba ella. Con los brazos extendidos exponiéndose al mar, al viento y a la vida.
A la mujer chamán sólo hay que mirarla para que sepa lo que ocurre. Y al verla a ella encogida la abrigó con una sonrisa sin origen, sin tiempo, sin principio ni final.
«Despídete del victimismo -le dijo- .Es un saboteador que todo lo dramatiza, que te roba la energía y no te deja avanzar»
Una mujer chamán siempre sabe colocar el espejo delante del alma para que el alma despierte y cambie el gesto. Para que vea que en su repertorio hay infinidad de tipos de sonrisa.
«Tu capacidad de supervivencia -continuó- es extraordinaria. Cada vez que te levantas, creces y te liberas. Ésa es la manera»
Fue un aldabonazo para aquella mujer de porte contraído. Empezó a estirarse desde dentro. -Todo lo importante ha de ocurrir desde el interior- Y comenzó a sentirse cada vez más libre, más grande y más poderosa. Más, más y más.
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