UN CUENTO SOBRE LAS ENCRUCIJADAS
Una oportunidad para quererse y dejarse llevar
La mujer chamana conocía los poderes de las flores. Aquella tarde había recogido flores de olmo blanco. Solo florecían durante un mes, entre marzo y abril.
Las había puesto a macerar en el agua recién cogida del manantial bajo el sauce centenario.
– El olmo blanco es el remedio floral para recuperar la confianza en una misma.
La chamana se lo explicaba a una mujer que había ido en busca de sus consejos.
– No me vendrán mal entonces –respondió la mujer y su gesto se entristeció–. A veces –continuó– me siento sobrepasada y tengo la sensación de que la vida no me lo pone fácil. Es como si en lugar de darme, me quitara.
El cuerpo de la chamana era largo y espigado e irradiaba una fuerza y una belleza especiales. Cogió una rama de romero, se la llevó a la nariz e inspiró su aroma. Sabía que aportaba claridad de espíritu. Luego, se dirigió a la mujer.
– La vida te va a retirar lo que tienes hasta que empieces a agradecer.
Aquella frase tuvo el efecto de una sacudida interna para la visitante. De pronto se dio cuenta, con una claridad meridiana, de que en su vida había muchísimas cosas que agradecer y no quería perderlas. En ese instante se hizo el firme propósito de celebrar todo lo que tenía. No lo perdería de vista.
– Es importante –prosiguió la chamana– que seas amiga de ti misma; que te cuides, que te quieras. Practica la autocompasión.
– ¿Cómo puedo empezar a hacerlo? –quiso saber la mujer–
– Pregúntate a menudo –le dijo– «¿qué necesito ahora? ¿Descansar? ¿Disfrutar?» No seas autoexigente, date permiso y perdónate. En lugar de buscar el apoyo fuera, encuéntralo dentro de ti.
– Pero, a veces, me arrastran las emociones –objetó la mujer visitante —
– Las emociones –le explicó con ternura la sabia chamana– vienen, se expresan en el cuerpo y se van. Tú no eres la emoción. Eres al margen de ellas. Obsérvalas en la distancia y no te arrastrarán.
Las palabras de la mujer chamana ayudaban a la transformación interna. Donde había tristeza, ponía alegría; en la inquietud, hacía brotar la paz; ante la flaqueza, insuflaba fuerza. A sus ojos, además, las almas se volvían transparentes, y por eso sabía que aquella mujer, que la escuchaba con gratitud, se sentía sin sueños y sin objetivos.
– En ocasiones la vida nos saca del camino –quiso tranquilizarla– y nos coloca ante encrucijadas para que no nos preocupemos de querer controlarlo todo y fluyamos como un río.
Aquella invitación a que fluyera, a que se abriera a la vida, le hizo sentir curiosidad a la mujer visitante. Le pareció estar en condiciones de tocar la ilusión con los dedos cuando, de pronto, una mariposa amarilla se le posó sobre el hombro.
Se había despedido de la chamana con una amplia sonrisa cuando, desde la lejanía, la mujer sabia le dio un último consejo.
– No hay que perder el tiempo en nimiedades. Hay que vivir con intensidad el amor y la vida.
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