Un cuento de la abuela Margarita para empequeñecer los problemas
La luna estaba menguante. Hacía un momento la abuela Margarita sostenía un corazón de jade entre sus manos. Ahora lo depositaba en un recipiente de cristal con agua y lo colocaba bajo el influjo de la luz de la luna. Era la manera en que la sabia anciana purificaba y activaba el poder de las piedras energéticas. Aquel mineral de jade con forma de corazón representaba la humildad, el desapego y el equilibrio, unas cualidades que ayudan a profundizar en el conocimiento de uno mismo.
— Esta noche os quiero hablar de la felicidad — dijo la abuela Margarita a los vecinos de la aldea que se habían congregado para escucharla.
Una mujer madura con una media melena ondulada de color blanco se dirigió a la hoguera del centro. Arrojó madera sagrada de palo de santo y enseguida comenzó a flotar en el ambiente su rico aroma a cítricos.
— Ya sabéis que no es más rico quien más tiene sino el que menos necesita. Para mí la felicidad sigue esta misma fórmula — prosiguió la abuela Margarita –. Feliz no es el que más disfruta, sino el que menos necesidad tiene de placer, de entretenerse, de que la realidad sea diferente. La felicidad genuina es paz. No es tener una colección muy larga de experiencias; es estar satisfecho con uno mismo y con la realidad. Y si luego viene algo bonito, pues se aprecia y se disfruta, pero sin dependencias.
— ¿Qué hacemos con los problemas y las dificultades? — quiso saber un joven de ojos oscuros y mirada chispeante.
— Una de las formas más poderosas de encarar la dificultad es el altruismo, el amor a los demás. Pero el joven que había planteado la pregunta evidenció con un gesto de su cara que no entendía la respuesta y la anciana decidió ahondar en su explicación.
— Estamos obsesionados con nosotros, y esto nos hace muy reactivos. Todo lo que pasa lo interpretamos como un golpe a nuestro sistema y eso nos obliga a reaccionar de una manera muy exagerada. El amor y la compasión nos ayudan a estar más tranquilos, más a gusto y menos reactivos.
En el círculo que escuchaba a la abuela Margarita un adolescente que estaba sentado sobre la hierba se puso en pie e intervino :
— Yo me he dado cuenta de que cuando ayudo a los demás, mis problemas se empequeñecen y alguna vez hasta han llegado a desaparecer.
— En la medida en que podemos empatizar con los demás, sentir sus anhelos y necesidades, y querer contribuir a su bienestar, nuestros problemas — corroboró con una sonrisa la anciana — se vuelven pequeñitos.
Desde el silencio del grupo comenzó a brotar la hermosa voz rasgada de una mujer que entonó una canción que decía «nada se va hasta que nos haya enseñado lo que necesitamos saber». Cuando terminó de cantar se puso en pie mientras sus dedos recorrían las cuentas de madera de un largo collar que llevaba al cuello. Quiso recapitular:
— El altruismo hace que nos quitemos del centro y empequeñece nuestros problemas. Pero — quiso saber– ¿hay alguna otra manera más de fortalecernos para no ser vulnerables a los altibajos de la vida y que no nos sacudan?
La abuela Margarita le dio las gracias por su bonita canción, tomó una respiración profunda y respondió:
— Algo muy poderoso es entrenar la mente en la concentración para atrapar el instante y vivir el presente. Nuestra mente –argumentó– siempre deambula entre el pasado y el futuro y eso alimenta estados negativos como la envidia, la rabia, la tristeza o el miedo. Tomar consciencia del momento deja sin combustible a esas emociones y las corta. Normalmente, cuando la vida nos da una bofetada, respondemos de manera muy reactiva. Reaccionamos de una forma impulsiva, dependiendo de nuestro egocentrismo: lo orgullosos, lo miedosos o lo vulnerables que somos.
La abuela Margarita cerró los ojos y guardó unos instantes de silencio mientras se escuchaba el crepitar de la hoguera.
— Cuando tenemos la mente entrenada para vivir el presente –continuó– somos menos reactivos. Tenemos más libertad. Y, entonces, cuando la vida nos da una bofetada somos capaces de encontrar un espacio y un tiempo para discernir lo que está pasando, cómo lo debo interpretar y qué puedo hacer. Elegimos en lugar de reaccionar.
Una niña con dos pequeñas coletas en la parte alta de la cabeza avisó de que una estrella fugaz atravesaba en ese momento el cielo y los presentes recibieron la noticia con risas y aplausos. La abuela Margarita sintió que era el momento de pronunciar sus últimas palabras:
— Pase lo que pase –dijo-, tú tienes que ganar. No significa que seas competitivo –explicó–. Significa que todo lo que pasa en tu vida tiene que darte algo de beneficio. Con una visión positiva le podemos sacar una lección y salir fortalecidos.
Sonrió y concluyó:
— Que tú tengas la última palabra de lo que estás viviendo y cómo lo interpretas.
Este relato recoge las enseñanzas del maestro de meditación Lama Rinchen Gyaltsen.
María Selles Sorli dice
Hola Gabrielle tras perder a un ser querido el mes pasado me he dado cuenta que la vida es fugaz, que la felicidad, abundancia, esta dentro de uno mismo no hay que buscar en el exterior. Gracias por conpartir.
Palabras a la Vida dice
Hola, María!!
Muchas gracias por tus palabras tan sabias. Tienes razón, la felicidad la llevamos dentro. En nuestro interior está todo lo que necesitamos para sentirnos plenos, pero, a menudo nos equivocamos y buscamos fuera, en cosas que al principio parece que nos llenan, pero, a la larga, vuelven a dejarnos un vacío. Lo que viene de dentro, no nos falla nunca. Un abrazo!!
Virtudes dice
Qué gran lección!!!!!!!!!
Gracias
Palabras a la Vida dice
Muchas gracias a ti, Virtudes. Un abrazo!!