Hay personas que ayudan a los demás a ser más valientes. A Verónica Gran me la trajo «la red», ¡que gran regalo!, y le dediqué este cuento:
– «Mi mundo no es el de las ventas. El único precio que a mí me importa es el de ser quien se es«.
Le gustó la convicción con la que le aclaró las cosas aquella mujer de tez blanca que acababa de abrir la puerta. La joven había golpeado la aldaba y al escuchar aquella respuesta se sintió aliviada.
La sensación de hallarse perdida le había llevado hasta aquella casa. Sintió la corazonada de que tras sus muros encontraría bálsamo. Cuando la mujer de tez blanca comenzó a hablar le permitió conectar con una alegría intensa.
– La mía -le explicó- es una vida hecha a mano. Abandoné la seguridad para vivir a mi manera. Hago lo que amo.
Invitó a la joven a pasar dentro de su casa.
– Este es un lugar -le dijo- al que puedes venir a soñar. A inventarte. A sonreir. Ésa es mi filosofía de vida. ¿Has hecho hoy algo por tu sueño?
La joven volvió a sentir que aquella pregunta daba en la diana. En el centro de su ser. Ese espacio del que solía extraviarse por dejarse embaucar por los cantos de sirena.
– Te lo pregunto -le aclaró la mujer de tez blanca- sintiendo que es también un pequeño gesto hacia mi sueño. El sueño de poder serte de ayuda de alguna manera.
La joven caminaba ya calle abajo cuando la mujer volvió a salir a la puerta para gritarle otra pregunta:
– Por cierto, ¿quién te ha dicho que tienes que hacer más de lo que ya haces?
La joven recibió aquellas palabras como un estallido de libertad. La mujer de tez blanca le acababa de soltar los grilletes.
Este es un relato de gratitud a Verónica Gran. Gracias por tu hospitalidad y por tus poderosas preguntas.