Los niños no temen al amor, se funden naturalmente con él. Al crecer, ponemos barreras a la entrega: nos da miedo.
No puedo dejar de agarrarme a vuestro último regalo. Vuelve a ser un hermoso neceser.
-Si vemos uno y nos gusta -me decís- nos acordamos de tí.
Y a mí me parece, de nuevo, el neceser más hermoso del mundo. Porque cuando abro su cremallera, al unísono se abre mi corazón.
Y sonrío con el aroma de la emoción: fresco como un rocío de lágrimas, que se evapora en el camino del alma a la expresión.
Luego, uno de vosotros me pregunta que cuándo me voy. Y sé que me está diciendo: ¡quédate¡ Entonces, desearía que ese instante se volviera eterno.
Otro, más tarde, me invita a comer y sé que me está diciendo que en la mesa de vuestras emociones tengo reservado un plato de sopa de amor, que es mi preferido.
Y cuando al más pequeño le dibujo un pajarillo en la pizarra de mano, lo lleva a la puerta y lo echa a volar. Entonces regresa con la pizarra en blanco y me pide otro, otro y otro más y los vuelve a soltar. Desconoce que a quien libera es a mi ilusión cautiva.
¿Os dáis cuenta de por qué me encanta el neceser?
En él guardo todas estas emociones y un marcapáginas para que me salte siempre la misma lección:
Que en la infancia nadie teme al amor. ¡Por eso es tan sencillo fundirse con él¡
Ése es mi anhelo, dentro de un neceser.
(Para Axier, Kris, Oier, Peio y Maren, por vuestro regalo)