Cuando un mismo problema reaparece una y otra vez en nuestra vida, no viene a fastidiarnos. Aunque te parezca mentira, puedes acabar dándole las gracias.
¿Cuántas veces, cuando surge una adversidad, te dices «ya estamos con lo mismo», «otra vez el mismo problema» o «por qué me pasa a mí siempre esto»? Como si fuera una nueva versión del problema de siempre.
En realidad, sí, sí es el «eterno» problema, pero, simple y llanamente, porque nosotros no hacemos nada, o muy poco, para que deje de serlo.
De un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que los obstáculos tienen su misión. ¡Y hemos de agradecérsela! Pues somos tremendamente ingratos con ellos. Y no me he vuelto loca.
Un problema nos indica que hay algo dentro de nosotros — una emoción, una creencia, un pensamiento– que no nos deja evolucionar. Viene a decirnos: «mírame, vengo a ser tu espejo, te estoy reflejando esta o aquella sombra, esta o aquella actitud, esta o aquella manera de ver las cosas, que no te hace nada de bien.
Un obstáculo viene a avisarnos para que hagamos algo distinto y deje de ser tal obstáculo. Externamente, la circunstancia seguirá existiendo: nosotros no podemos hacer nada para que deje de hacerlo. Pero dentro de nosotros, el cambio, hará que nos situemos en otro lugar, en otro punto de vista, y desde esa perspectiva, el problema se disolverá.
Imáginate que hoy vas a fotografíar un rincón de tu casa o de tu entorno. En ese lugar hay cosas bonitas pero también otras más destartaladas y nada atractivas. Pero es un rincón que te gusta y lo vas a fotografíar. Dependiendo de la perspectiva que tomes, la composición que hagas, la distancia, la luz…puedes lograr que en esa foto lo que no es hermoso se diluya y tome protagonismo todo lo demás. Pero, insisto, has de cambiar tu perspectiva, tu manera de mirar.
Normalmente cuando nos ocurren versiones del mismo problema, una y otra vez, lo que está ocurriendo es que nosotros — también una y otra vez– reaccionamos de la misma manera. ¿Cómo nos van a cambiar las cosas si siempre estamos respondiendo igual?
Entonces el problema nos viene a decir: he vuelto otra vez porque no me resuelves y regreso porque me preocupo por ti. No vengo a fastidiarte, sólo vengo a que me mires y, mirándome, te des cuenta de que hay algo dentro de ti que cambiar. Cuando lo hagas y te sientas en paz, me iré encantado porque habré cumplido mi misión.
Si ves con estos ojos a un problema, acabarás abrazándolo y dándole las gracias.
Bueno, lo habitual en un primer momento es enfadarse, desesperarse y todo la colección de este sentimiento. Pero luego, cuando se te empiece a pasar, piensa de esta manera y ya verás como algo cambia.
Si tomamos esta actitud, los problemas cotidianos acabarán siendo unos hechos, unas circunstancias, que nosotros decidimos cómo interpretar.