Observar nuestro cuerpo nos da una información de nosotros mismos inestimable. Refleja las emociones que llevamos dentro.
Hay quien tiene la firme convicción de que el cuerpo humano es un almacén de recursos capaz de mantenernos sanos y autocurarnos. La labor de un profesional, con esta filosofía , es coordinar esos recursos, empujarlos, para que así cumplan su función sanadora. Me fijé en una lámina con este mensaje, hace unos días, cuando acudí al osteópata que visito desde hace años.
Entré, observó mi espalda, y aún no me había tumbado en la camilla, cuando me lanzó una pregunta sensacional: «¿Has tenido algún enfado?»
Acabé de acomodarme, respiré y le expliqué que, por haberme enfadado con alguien a quien quiero, llevaba unos días con un gran dolor en el corazón. Al parecer, también lo evidenciaba mi espalda.
Las emociones se expresan en nuestro cuerpo, dejan una huella física, unas contracturas, unos dolores, unos bloqueos…Quien ha aprendido el lenguaje del cuerpo, como mi osteópata, es capaz de conversar con él y restaurar su armonía escuchándolo. Parece milagroso, pero es cuestión de entendimiento.
Mientras él conversaba con mi cuerpo a través del silencio de sus manos, también ponía palabras a otros mensajes, esta vez dirigidos a mi mente.
- ¿Tienes confianza? — me preguntó — Te voy a dar «raíz» — me explicó mientras comenzaba a trabajar en mis pies —
Me dijo que cuando juzgamos y culpabilizamos a otros o a nosotros mismos, dejamos de confiar. Confiar es aceptar.
Cuando en la vida tratamos de etiquetar, controlar o resolver, nos acabamos sintiendo con poca confianza. Nos ocurre porque, aunque nos parezca lo contario, la mente tiene una capacidad muy limitada de entender. Por ello, lo que se necesita es dejar pasar, dejar que haya ocurrido lo que ha ocurrido. No rechazarlo. Sólo así se evita el laberinto sin salida en el que nos encierra la culpa.
- Nadie somos perfectos — fue su siguiente apreciación — , ni hace falta que lo seamos — continuó–
Cuando nos damos permiso para ser imperfectos, se lo estamos dando también a los demás para que lo sean y nos hacemos respetuosos. Entonces ocurre que la imperfección se vuelve ¡perfecta!. Nos ablanda, nos humaniza y nos permite ser más amorosos. Por cierto, si somos más amables con nosotros mismos, si alimentamos el amor en nosotros, la confianza va a crecer.
- Tu pena por lo que crees que has ocasionado es sólo tuya — siguió — . Tú no sabes cómo se siente la otra persona.
Es cierto. Cuando hablamos sobre otros, hemos de ser conscientes de que sólo estamos hablando de nosotros, de nuestra manera de entender y sentir las cosas. Y se la proyectamos.
Una de las cosas que más me gustó es que me invitó a confiar también en la otra persona. Confiar en que sabría qué hacer con lo ocurrido, lo mismo que yo ya lo estaba sabiendo igualmente. La confianza en los recursos y en la grandeza de cada cual. La confianza en que no tiene que ver conmigo ni con ella, tiene que ver con lo que vinimos a desempeñar en el mundo. Y en este punto, sólo podemos tener entrega y dejarnos enseñar por la vida.