– Sé que éste no es mi sitio.
La confesión la acabada de hacer una mujer de edad madura. La toma de conciencia había nacido de su más hondo dolor, pero ahora sólo la revestía la pura lucidez. Ocurre en los ejercicios de toma de conciencia radical.
– Lo dejaré todo -continuó- y buscaré otro lugar más fértil para el amor.
Aquella mujer sabía, porque lo había experimentado, que en el cultivo del amor son importantes las semillas, sí, pero el terreno tampoco es secundario.
Sus semillas eran ricas, se habían llenado de los nutrientes de su corazón. Pero el terreno en el que las esparcía una y otra vez era árido, inhóspito.
Era un lugar incapaz de abrigar y abrazar, para que esa conciencia introvertida, propia de cualquier semilla, estallara en extroversión y se volviera árbol. Cosecha tras cosecha sus semillas fracasaban. Se volvían cada vez más y más pequeñas hasta desaparecer.
– No puedo darle suelo a mi vida -explicó la mujer- Saldré al camino y no cesaré hasta encontrar un terreno más fértil y equilibrado.
Aquella mujer madura sólo quería liberar la esencia que había encontrado en la cueva de su corazón y hacerla germinar.