Las tardes de domingo son un imán para la nostalgia. Aquella mujer no lo sabía y por eso me escribió.
Hablaba de distancia y la medía en kilómetros. La gran distancia que le separaba de los suyos al otro lado del Atlántico. Un inmenso mar que para ella se estaba llenando de vacío. Pero Virginia, que era el nombre de esa mujer, estaba aplicando kilómetros y distancia, a lo que es imposible medir.
Es como si alguien quisiese saber los pasos que hay en el vuelo de un pájaro o la noche que hay en el sol. A veces las tardes de domingo, que atraen la nostalgia, confunden los corazones.
Sus hijos y sus nietos sí se encontraban a miles de kilómetros, pero el amor, su inmenso amor por ellos, seguía estando en el centro de su ser. Y no hay un lugar más cercano y más íntimo en ningún lado del universo.
Lo que hay que hacer con el amor hacia los ausentes es alimentarlo. Insuflarle oxígeno para que su llama sea cada vez más y más grande y más y más envolvente.
Cuando así ocurre, la nostalgia deja paso a la alegría, el vacío a la plenitud y la ausencia a la presencia.
Entonces, Virginia, tus hijos y tus nietos, al otro lado del inmenso mar, sentirán al respirar cada mañana que tú estás aquí para ellos.
Y es que la distancia no son los kilómetros de cielo, tierra y mar que nos separan.
Es la carta que no llega, la voz que no se escucha, el pensamiento que no se tiene, o la emoción que no se expresa. Hay mil maneras de volverse presente.
¡Utiliza tu imaginación y estáte para los tuyos¡ ESO ES AMAR.