Unas palabras y un cuento para no perderte en el viaje de la vida. Una pista: pregúntate cada mañana, cómo servir.
¡Buen comienzo de semana, caminantes!
¿Cómo va la travesía? ¿Cuál es el paisaje que os acompaña?
Ícaro voló tan alto que el sol fundió sus alas. Se equivocó en el sentido del viaje y como siempre ocurre con los mitos, el castigo fue desproporcionado. Lo que le ocurrió a Ícaro es muy humano y es imposible no sentir compasión por él.
En el viaje, no se trata de llegar alto o llegar lejos; viajamos para llegar dentro. Ése es el viaje de la vida. No es un destino lo que conquistamos, sino a nosotros mismos. Tal es el sentido de la travesía.
Tu motivación son ellos
– Pero una aventura así , es un viaje a ninguna parte.
La queja la planteó un joven que había acudido a escuchar a la abuela Margarita.
– Llegas a quien ya eres, pero habías olvidado o abandonado. Es cierto -asintió la anciana-, el destino siempre estuvo ahí, contigo, desde el principio, pero lo volviste invisible y te convirtió en vagabundo. Pero en el viaje de la vida, como en cualquier viaje, hay algo más importante que el destino.
– El viaje es el camino -apostilló una mujer de la aldea que llevaba al cuello un precioso collar de piedras y plumas-.
– El destino nos marca un norte, pero lo valioso -confirmó la abuela Margarita- son los pasos que vamos dando hacia él. En ese caminar vamos construyendo nuestra vida y nuestra muerte; aunque nos empeñemos en dividirlas, son el mismo todo integral. Se dan sentido: el sentido de que la intensidad es la única manera de estar vivo.
– En ese viaje interno e intenso, ¿cómo se encuentra la felicidad? -la pregunta la formuló un hombre maduro con los ojos más hermosos del mundo-
– Sirviendo a los demás -respondió con contundencia la abuela Margarita-. Ellos han de ser tu motivación: la más grande.
– Buscando la felicidad de los otros es como se encuentra la propia – el rostro de la joven que pronunció estas palabras era una enorme sonrisa-. ¿Sabéis cuál es mi mantra?-preguntó a modo retórico-: preguntarse cada mañana, cómo puedo servir hoy.
El musgo tapizaba parte de la corteza del roble: la que miraba al norte. Delante del gran árbol, con los ojos cerrados, la abuela Margarita recitó a los presentes unas palabras:
Que yo no busque tanto ser consolado como consolar,
ser comprendido, como comprender
ser amado, como amar.
Porque es dando como se recibe,
olvidándose de sí mismo como uno se encuentra,
perdonando como se es perdonado.
San Francisco de Asís.
(Esta parte de un texto de San Francisco de Asís la he tomado prestada del magnífico blog de Elena Almirall, «El periódico de las BUENAS NOTICIAS» , una auténtica joya en este océano pixelado. Infinitas gracias, Elena)
¿Quieres palabras-brújula para no perderte?