Lo mejor del verano para ella era salir al mar en el bote del abuelo. No era marinero pero….
– «Soy el dueño de mi alma -le gustaba gritar al abuelo mientras remaba- Soy el capitán de mi destino».
Y los ojos verdes se le ponían chispeantes y la sonrisa de oreja a oreja. Los días resplandecientes el abuelo respiraba profundamente, muchas veces. Como si en cada bocanada quisiese beberse el mar, las olas, la luz, la brisa y hasta las sirenas del fondo del mar. Era su manera de celebrar aquella maravillosa belleza.
Pero ella prefería las mañanas brumosas. Cuando parecía que hubieran sujetado la niebla al horizonte con alfileres. Hasta que llegaba el sol y las despinchaba.
Y es que aquellas mañanas nebulosas el abuelo siempre contaba la misma historia. Para ella era su historia; bueno, SU HISTORIA -porque la sentía con mayúsculas-
– Detrás de la espesa niebla -le explicaba el abuelo- hay una isla. A menos que se desvanezca no hay manera de que un barco se abra paso hasta la isla. ¿Sabes cómo se difumina?
Ella sí lo sabía, de habérselo oído otras muchas mañanas de niebla, pero le gustaba que lo dijera él. Resultaba mucho más mágico.
– Las nieblas sólo se difuminan cuando uno cree profundamente que la isla está allí.
¡Uuufff¡ aquella frase seguía desnudándole el alma cada vez que la recordaba en la voz del abuelo. Entonces él seguía con sus explicaciones:
-Las cosas importantes existen aunque no se vean ni se escuchen. Se sienten en el corazón. Piensa en el amor. ¿Lo ves, lo escuchas, lo hueles?
– ¡No¡ ¿verdad? – entonces hacía un rato ya que el abuelo había dejado de remar para gesticular intensamente- ¡ Pero existe¡ ¡ Es lo más fabuloso de esta vida¡
Y después es cuando el abuelo gritaba una frase que ella entonces no entendía:
– ¡El amor es nuestra razón de ser existencial¡
En la bruma del verano el abuelo le mostró el sentimiento milagroso de las cosas y el amor por uno mismo, por los demás y por la vida. A veces lo ocultan las nieblas, ¡pero sigue estando ahí¡ Sólo hay que entregarse a él y las nubes desaperecen.