Abrió las ventanas y los balcones de su alma para que la limpiara el aire.
En las paredes había viejos retratos; sobre la mesa, esperas rotas y en el cajón, un trozo de sol que un día le abrasó.
De par en par quiso abrir las ventanas de su alma para aventar ausencias. Las de quienes dejaron un hueco pleno y las de quienes no lo llenaron porque no quisieron, no pudieron o no supieron.
En el trasfondo de un último cajón descubrió blancas azucenas que teñían de amarillo-naranja la nariz y desataban la risa y escaleras de madera que se subían y bajaban a la carrera, también a carcajadas; y un color: el rojo de las fresas y las grosellas y unas pequeñas manos que esperaban abrazar a un pequeño pato a la orilla de un estanque. ¡Y cómo olía a barro entre sonrisas¡
Necesitaba abrir las ventanas y los balcones de su alma para orear colores, aromas, paisajes y rostros que una vez fueron.
¡Que los esparza el viento para que suelten su semilla y enraícen de nuevo en vida¡
Sólo así ella volvería a ser pedernal. Piedra de roquedo con el pecho descubierto al sol, al viento, a la lluvia y a las estrellas. Inquebrantable peñasco cuando se trata de sostener la montaña y el barro más moldeable entre las manos del amor.