Tengo un truco 🙂
Me lo ha enseñado María Tolmo. Hacer coaching con ella es estupendo.
¿Sabes cómo se llama el truco? : asiento del alma. ¿Es bonito, verdad?
Asiento del alma…Está lleno de lirismo…Pronunciarlo, al menos a mí, ya me trae paz.
¿Para qué sirve este truco-receta-herramienta superpotente? — te estarás preguntando–. Para esas situaciones que nos desbordan, para esos momentos del día en que perdemos el foco, y no sé tú, pero yo cuando me desenfoco, empiezo a sentir que me pierdo de mí misma…y la alegría, el entusiasmo y la magia, ¡tan importantes!, se me escapan…
Si también te pasa, sabes muy bien cómo duele.
Vamos a imaginar…¡Venga!
Piensa en tu cuerpo. Como si estuvieras de pie — si no lo estás –.
Imagina una línea que te atraviesa desde la cabeza a los pies; un eje que te recorre de arriba abajo y que coincide con el trazado de tu columna vertebral. ¿Lo tienes?
¿Sabes dónde está el asiento del alma? Siempre detrás de ese eje, siempre detrás de la columna vertebral. Está ahí y es el asiento de tu alma. El asiento de esa parte de ti que siempre ha existido, de tu parte esencial, que te une con el todo.
En esos momentos de desbordamiento y desenfoque, que te decía hace un momento, has de dejar el guirigay que te rodea, la discusión…el «mal rollo»…y has de dar, mentalmente, visualizándolo, imaginándolo…unos pasos hacia atrás y sentarte en tu asiento del alma.
Aunque estés a mil por hora, has de procurar que mientras retrocedes a tu asiento del alma, esboces una ligerísima sonrisa…Descarga muchísimo.
¿Te das cuenta de que en toda la explicación empleo la palabra retroceder? Te digo: retroceder a tu asiento del alma; dar unos pasos hacia atrás para sentarte en él…
Y es que cuando experimentamos esas situaciones que nos desbordan, colocamos toda la «energía» delante de nuestro cuerpo…
Obsérvalo la próxima vez y verás, como a mí me pasa, que te colocas en el pecho, o en la mandíbula o en la frente…en una zona corporal de delante, cerca de la marabunta que estás viviendo, como si quisiéramos enseñarle las garras… Lo único que conseguimos con esta actitud es desbordarnos y perdernos.
Por eso, como me ha explicado tan bien María Tolmo, hay que retroceder, hay que dar varios pasos hacia atrás para sentarnos, con una ligera sonrisa, en el asiento del alma.
¡¡Ufff!! En cuanto lo haces, ya notas cómo se suelta el cuerpo. ¡Es sorprendente!
¿Y qué pasa en ese asiento? — te estarás preguntando –. Pues que tomas la mágica distancia del observador, de la observadora. Desde esa sana y poderosa distancia ves el «circo desbordado» que tienes delante. No te fundes con él ni te arrastra. Sólo lo observas.
Y en esa distancia de la observación, ahora sí, tiene sitio tu libertad. Y la mía, y la de cualquiera que retrocede y se acomoda sonriendo en su asiento del alma. Ya puedes actuar, ya puedes decidir.
A mí, mientras estoy en el asiento del alma, me gusta pensar desde dónde voy a decidir.
En todo lo que nos ocurre en la vida, sólo hay dos alternativas: elegimos amar o elegimos temer.
Cuando hablo del amor, me refiero al amor y a toda su familia de sentimientos — ternura, compasión, solidaridad, confianza, alegría…–, y cuando menciono el temor, me refiero al miedo y también a toda su familia — rencor, ira, odio, envidia, orgullo…–
Pues desde ese asiento del alma, analizo cómo me quiero sentir y elijo desde dónde voy a actuar para sentirme de esa manera.
A veces nos llevan tanto los demonios, que es como si en el asiento del alma hubiera pinchos — los que llevamos nosotras — y nos revolvemos y nos escapamos..
No pasa nada. Eres inocente. Perdónate todas tus decisiones y actitudes. Tu asiento del alma siempre está encantado de recibirte. ¡Le encantas!
De aquí, va a salir el primer mantra de esta semana:
Soy inocente y me perdono todas mis decisiones y actitudes.
El segundo mantra, si te parece, lo vamos a relacionar con la enseñanza que nos ha entregado el asiento del alma:
Recupero mi centro con facilidad y vuelvo a mí.