«Cargar las pilas» nos ayuda a sentirnos más auténticos y abiertos a la vida. Tú puedes hacer que duren y duren.
¡Hola, caminante!
El calendario acaba de permitirnos un alto en el camino. Unos días de fiesta en los que cada uno hemos podido nutrirnos con lo que en verdad nos motiva. A cada uno nos habrá movido nuestra razón: el recogimiento, el esparcimiento, los encuentros, la naturaleza, la acción, la reflexión… En todos los casos lo importante ha sido ir a las fuentes que sabemos nos nutren. Cargar las pilas, fortalecer los corazones, inspirarnos…Da lo mismo cómo lo llamemos.
Cada persona buscamos la paz — la quietud mental, la paz interior– a nuestra manera. ¿Para qué? Para que cuando, luego, las circunstancias de afuera nos sean difíciles de entender, ir adentro y buscar vínculos con esa armonía de la que nos hemos ido alimentando.
Al igual que las olas, la vida trae y lleva
– La vida es un camino lleno de todo –dijo la abuela Margarita– Cuanto antes aceptéis esto, antes os liberaréis de ser víctimas de vuestras historias.
Las nubes, en la línea del horizonte, se habían teñido de un rojo rosáceo, intenso, entremezclado, ahora, con tonos azules grisáceos, a veces violetas. Atardecía en la aldea y la abuela Margarita contaba sus historias junto al roble centenario.
– Es como las olas del mar –siguió la anciana–. Siempre traen algo y siempre se llevan algo.
– Yo temo lo que la vida pueda llevárseme –dijo una mujer madura, de unos cincuenta años, que apretaba la mandíbula con cierta tensión–
– Cuando temes, te aferras — respondió la abuela Margarita– y si fuerzas la vida, sólo encontrarás resistencia. Cuando pierdes, ganas algo; cuando alguien se va, alguien viene. Deja irse lo que tenga que irse y confía siempre en que lo mejor está en camino.
Además de este microrrelato de la abuela Margarita quiero dejaros una seria de consejos para fortalecer el corazón. Os propongo elegir, de vez en cuando, el que más os llame y practicarlo durante una semana, teniéndolo presente cada día, o mejor, cada instante de cada día. Los consejos no son míos. Son del Papa Francisco.
1. Sonreír.
2. Dar las gracias (aunque no «debas» hacerlo).
3. Recordarles a los demás cuánto los amas.
4. Saludar con alegría a esas personas que ves a diario.
5. Escuchar la historia del otro, sin prejuicios, con amor.
6. Detenerte para ayudar. Estar atento a quien te necesita.
7. Levantarle los ánimos a alguien.
8. Celebrar las cualidades o éxitos de otro.
9. Seleccionar lo que no usas y regalarlo a quien lo necesita.
10. Ayudar cuando se necesite para que otro descanse.
11. Corregir con amor, no callar por miedo.
12. Tener buenos detalles con los que están cerca de ti.
13. Limpiar lo que usas en casa.
14. Ayudar a los demás a superar obstáculos.
15. Llamar por teléfono a tus padres.