Apagó la luz y en el techo de la habitación se encendieron las estrellas. Le reconfortaba perderse cada noche en el fulgor de aquella bóveda celeste de artificio reflectante.
Mientras resplandecían, respiraba y sentía que su materia era la misma del sol, de la tierra, de las estrellas, de la luna. Experimentaba también el vínculo con sus antepasados. Estamos aquí y ahora gracias a ellos.
«Siente el placer de la respiración». Su ritual nocturno nacía de ese consejo que una vez le dió un hombre sabio. También le explicó que en todos nosotros hay sufrimiento y que al dolor y la desesperanza les gusta aparecer en la noche.
Nunca nadie antes le había hablado del dolor con un corazón tan abierto. Hasta entonces sentía que en ella había algo que no estaba bien porque sufría. Pero aquel rostro sereno le reveló que el sufrimiento está en todos y cada uno de nosotros, y que ése es el dolor del mundo.
«Cuando respiras y te entregas a ese instante -le explicó- restauras tu belleza y tu frescura y alivias tus sensaciones dolorosas. También puedes pensar en el sufrimiento de otros -continuó aquel hombre- y enviarles consuelo»
Siempre había tenido claro que respirar es ser y cuando se daba cuenta de que llevaba días sin respirar con consciencia, era porque se había perdido de sí misma y andaba extraviada.
Con los consejos del hombre sabio estaba siendo capaz de descubrir en la respiración una energía sanadora. Quizá porque se respira aquí y ahora, y cuando se está en el presente, se vive…Es el único momento posible para la vida, el pasado ya fue y el futuro no ha llegado.
¡Claro que respirar alivia¡ Nos está diciendo: «la vida se encuentra ahí, disponible, déjate vivir por ella y experiméntala como el regalo que es».