En los paisajes se queda la historia de las gentes y en los blogs, algo de dentro de quien los escribe y alienta
Cuando miro un paisaje fuera, hay otro que, al mismo tiempo, se va creando dentro. Es como si los colores, las formas, los aromas, los sonidos….. levantaran, desde lo tangible, un paisaje interior invisible: el paisaje de las emociones. Dos mundos paralelos, que no se tocan, pero que se realimentan y que no pueden ser el uno sin el otro.
Hoy me ha ocurrido paseando por internet. Me gusta meterme en esas casas tan acogedoras que son los blogs de las gentes de este mundo pixelado. Almas hospitalarias que se alegran con tu visita aunque no te conozcan de nada.
Ese paisaje exterior me ha hecho revivir otro de dentro de mí.
He recordado las puertas de mi infancia. He vuelto al rellano de la escalera. En la puerta de entrada se dejaba puesta la llave. Por fuera. Cualquiera podía girarla y entrar, como en estos lugares virtuales.
Gritabas, desde fuera, el nombre de quien buscaras.
– ¡Pasa, estoy en la cocina¡ -te respondía-
Dabas la vuelta a la llave y te plantabas junto al fogón. En otras casas, ni siquiera cerraban la puerta. Estaba todo el día entreabierta, como esperando a que llegara una visita.
Las puertas que más me gustaban eran las que estaban divididas en dos hojas, la superior y la inferior. Una puerta partida en dos mitades. La parte de abajo solía estar fijada al suelo La de arriba, abierta. Como una ventana a la que asomarte. En esa hoja superior estaba la aldaba. Recuerdo una en forma de mano agarrando un bola. Perfectamente labrada por el herrero.
Cuando llegabas a una de estas casas también gritabas el nombre de la vecina.
– ¡Adela, Adela¡
Si no escuchaba tus voces, acompañabas el grito con los golpes de la aldaba. ¡Qué bien suena el hierro sobre la madera¡ Siempre que cojo entre mis manos una aldaba, en su aroma oxidado, siento la piel de quienes también llamaron. Palpo esa esperanza tan humana de que se nos abran las puertas.
A veces la señora sentía recelo. Buscaba seguridad tras la ventana y la cortina se agitaba con su presencia asustada.
Entonces llegaba el momento de apaciguarla.
– Abra Adela, abra…..que soy Garbiñe, la hija de «El Rubio» y de Araceli….
¡Cómo tranquiliza la identidad¡ Y más que la individual, en aquel paisaje de mi infancia, lo que daba confianza era presentarse como eslabón de una cadena. Una manera de entender la vida en la que siempre queda claro que alguien es gracias a otros que le regalaron la existencia. Un ejercicio de humildad y gratitud.
Sí, soy Garbiñe, hija de «El Rubio» y de Araceli, y no un «algoritmo», como me advirtió un día Zuriñe. Es una psicóloga con una página y un blog preciosos: «Terapias en la nube»
Zuriñe es un alma generosa, con la puerta abierta de par en par. Le escribí para decirle lo mucho que me gustaba su manera de estar en la red y me llevé un hermoso consejo: «Que quien te visita -me dijo- sienta que no es un algoritmo lo que está detrás, que es una persona y que eres tú »
Por eso hoy os traigo estas fotos…Para deciros que Palabras a la vida nace de adentro, del interior de una persona, que no se diferencia en nada de tí, porque las dos compartimos el único momento en que están ocurriendo nuestras vidas. Es la «ley de los encuentros«. ¿Será un algoritmo de la vida?