Era como un alféizar interior, dentro de la casa, junto a la ventana. La anciana mujer se dirigió a la repisa, encendió un cabo de vela y miró con melancolía a las estrellas.
A ella no le extrañó. Era lo que solía hacer su abuela muchas noches.
-«Es para nuestros antepasados -repitió una vez más la vieja mujer-. Si están confusos o perdidos esta luz les indicará que ésta es su casa. Con la luz de la vela sabrán que les seguimos honrando. Sin ellos, no estaríamos disfrutando ahora de esta vida. Es también una muestra de gratitud».
Nunca supo a ciencia cierta cómo elegía la abuela el momento de llevar a cabo ese ritual. Desconocía cuál era esa llamada interna que le llevaba al alfeízar de piedra, como si fuera un altar, a encender aquella mecha de cera enrollada a una madera oscura, hermosamente labrada.
– «Lo hago las noches sin luna» – le dijo una vez-
Pero en esa ocasión, que ahora recordaba, había cuarto menguante.
Cuando ella creció supo que la abuela tenía razón y que su ritual lo hacía las noches sin luna. Sin luna en su alma. Al encender el fósforo, prendía la cera, y aquella luz resplandeciente que pretendía ser el faro para los antepasados, se volvía su propia luz.
Con el tiempo comprendió que la luz brilla para ser compartida.Tanto cuando se tiene como cuando se anhela.
– » De nada sirve ser luz – le explicó un día la abuela- si no vas a iluminar el camino de los demás».
Habitualmente la anciana mujer resplandecía. Era el referente luminoso para ella, que era su nieta, y para muchas personas más. Pero cuando encendía la vela del alféizar era porque llevaba un tiempo que se había perdido en la oscuridad. Y entonces buscaba fuera lo que había extraviado dentro. Lo recuperaba invocando a los antepasados.
Para la abuela sentirse un eslabón más en la vida era abrirse a la eternidad y eso le devolvía la luz. Porque si miras hacia el pasado o hacia el futuro y resuenas en los corazones de ayer y en los de mañana tu tiempo será inagotable.
– «No huyas de tus tinieblas -le dijo un día la anciana- Te seguirán ofuscando también en tu ocaso, como a mí. Pero ten claro que siempre traen la semilla de la luz. Búscala. Aunque no lo creas siempre hay algo en tí inconquistable para las sombras»:
Mi abuela simplemente encendía una vela y prendía su alma. Y lo que es más importante: volvía a ser nuestro faro y es que, como ella me enseñó, la luz sólo sirve si ilumina los caminos de los demás.