El ciprés estaba más despelujado.Parecía que muchos de los pájaros ya habían partido. La hiedra era una cortina roja; una melena que se sacudía lentamente la fachada. Y la luz se esforzaba en seguir siendo amarilla entre cada vez más nubes blancas y grises.
Era lo que veía desde su ventana aquella mañana de otoño, apoyada en el manillar de una bicicleta estática. Esperaba algo importante: asomarse a otra ventana para mirarse hacia adentro.
Llevaba tiempo buscando una llave que le permitiera abrirse y cruzar el umbral. Había explorado cada recoveco: con el tacto, mediante el olfato, dejándose llevar por los sonidos….Pero estaba oscuro.
Había pedido al Universo que le enviara luciérnagas luminosas que le esclarecieran el camino. Al firmamento le había implorado al menos un tenue rayo de su luz estelar.
Aquella mañana le habían impresionado los destellos de los hilos de telaraña que arrancaba el viento. Quiso ver en aquel centelleo una señal. Un indicio de que, como pretendía creer, la vida la estaba ayudando, no la dejaría sola.
“No busques más tu llave por el suelo; siempre la has llevado colgada, junto a tu corazón». Nunca hasta ese momento había escuchado la voz de la mujer chamán.
( La mujer chamán, que surge a partir de este relato, me la ha inspirado la escritora, conferenciante y coach de alto impacto Mónica Fusté. Su coaching tiene método -que nace de su gran preparación – y alma, que tiene que ver con la pasta humana de esta gran profesional. En la pestaña de la página «Cuentos de coaching» lo explico.)