A la mujer chamán le gustaba sentarse bajo el ciprés a recibir el amanecer. Acababa de despuntar el día cuando por el camino se acercó una mujer. La profunda tristeza de su rostro bastó para que la chamán le comenzara a hablar:
– No sabes qué hacer con tu vida, ¿verdad? -le dijo-
La apenada mujer no pudo contener el llanto. La chamán le dio tiempo para que las lágrimas empezaran a limpiar su alma.
– No paro de buscar la felicidad -dijo la mujer cuando se serenó-. Busco y busco y no la encuentro. No puedo más.
La chamán esperaba siempre a que hubiera un rato de silencio antes de seguir hablando. Una manera de acallar la mente parlanchina y dar voz al corazón.
– Si siempre buscas en el mismo sitio y de la misma manera es imposible encontrar nada -le explicó- Déjalo ya. No insistas.
– Pero si abandono -replicó la atormentada mujer- sólo tendré este dolor.
La chamán cerró los ojos y tomó una respiración profunda antes de volverlos a abrir.
– Hemos convertido la vida -se lamentó- en una lucha, que nos frustra y nos deja extenuados. Cuando te sientas mal, no te resistas. Si lo haces, estarás yendo contra tí misma. Lo que sientes es inevitable porque nace de lo más profundo de tu ser.
La mujer había dejado de llorar pero seguía sin comprender.
– Tu ser -le explicó la chamán- está intentando que el sufrimiento salga hacia afuera para que pueda ser sanado y tu mente, tus patrones, lo que has aprendido, lo quiere contener porque piensa que es malo.
Ahora sí empezaba a hacer suyas las palabras de la guía espiritual.
– Si juzgas ese dolor, alimentas el conflicto. Siéntelo, intégralo en este instante que es el único en el que están ocurriendo nuestras vidas. Cuando integras algo se disuelve en el conjunto .
El rostro y el alma de aquella mujer acabaron por distenderse cuando la chamán pronunció sus últimas palabras:
– Ahora -le dijo- no luches más contra lo inevitable. Descansa y déjate llevar por la vida. Cuando sea dolor y cuando sea alegría.