Llevo más de 25 años en el periodismo en televisión. He contado muchas historias de muchísimas personas y sé cómo hacerlo.
Nada humano me es ajeno, como dice el proverbio latino. No sólo porque he tenido el honor de que las personas me abran su corazón para ponerle palabras a lo que sienten y quieren expresar.
No sólo por esto, como digo, sino además porque yo también toqué fondo, ¡vaya que sí lo toqué y lo oscurísimo que estaba! En ese momento de sufrimiento, las palabras, las mismas que yo utilizaba para otros, comencé a invocarlas para mí.
Cuando las llamas, las palabras siempre vienen desde su orilla; está muy cerca del corazón. En mi caso acudieron en mi ayuda, me salvaron y lo siguen haciendo cada día.
Algunas de mis maestras y mentoras en este proceso de transformación y evolución personal, como Mònica Fusté y María Tolmo, me han permitido experimentar en carne propia los superpoderes de las palabras. Una magia que ellas me han enseñado y con la que he aprendido a desplazar cada vez un poco más allá mis límites y ampliar más y más mis posibilidades.
Cuando las palabras dan voz a lo que siente tu corazón empieza la transformación. Te ayudan a limpiar lo que ya no quieres y te permiten crear un vacío fértil en el que sembrar la simiente de la vida que deseas.
Le das permiso a tu corazón para que vuelva a tomar las riendas de tu vida. La mente te soluciona la intendencia del día a día, para esto es muy práctica. Pero lo que importa de verdad, eso, sólo lo entiende el corazón.
Todos los secretos que me han ido desvelando las palabras, por mi experiencia profesional y mi camino personal, los pongo a tu entera disposición.
Hay numerosos estudios científicos que corroboran lo importante que es poner palabras a lo que nos ocurre para conservar nuestra salud emocional y física. A modo de ejemplo he seleccionado dos artículos periodísticos que lo explican, uno publicado en La Vanguardia, y otro, en El País.
Alguien me contó una vez que cuando ayudaba a la gente sentía como si con sus manos, tocara su corazón. Me parece una metáfora preciosa.
Yo también siento algo así y te aseguro que, cuando lo hago, pongo en las yemas de mis dedos toda la ternura y el amor de que soy capaz. Necesito hacerlo.
Cuando toqué fondo, como te contaba antes, estuvo relacionado con el enorme vacío que me creaba mi profesión de periodista. Un vacío atroz que nace de la deshumanización de este oficio.
Por eso nació Palabras a la Vida, para poner a la persona, para ponerte a ti y a tu corazón, en el centro de mis historias. Para tratarte con toda la sensibilidad, amor, ternura, tiempo, dedicación, respeto y entrega que te mereces.
Lo necesitaba para sentirme en paz con el poder sagrado de las palabras. Gracias por permitírmelo.